Estas formas de vida olvidadas, oscurecidas más allá de las sombras del bosque y que parecen comunes, pasando desapercibidas son el reflejo preciso de esto que somos como vida oculta pero discernible, como lo fuera voltear un tronco y ver en su parte más húmeda los hongos.
Explorar banalmente; vagar por una región y hallarse en el mismo lugar aquellas cosas que persisten sólo en la memoria es como hacer una visita en la que nos reconocemos más a nosotros mismos que a lo que vemos; que el cambio es mutuo, marcada presencia de aquello con lo que puede aludirse con las primeras palabras del famoso poema de Jorge Manrique: "todo, todo se acaba".
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